Jonathan
y yo nos casamos hace dos años. A los dos nos gustan muchos los animales,
aunque a él, en particular, los conejos. No sabíamos que existía la adopción, y
como algunas personas nos comentaron que en Maskota los cuidaban y trataban muy
bien, fui a comprar uno en esa tienda de animales. Justo el día de reyes llegó
a casa, le pusimos de nombre Pixel, era tan pequeño que no podía subir ni un
escaloncito.
Dos días después de su llegada, lo vimos muy cansado, creíamos que
tenía sueño y hasta le tomamos una foto: Pixel tiene sueño. Al día siguiente,
quise despertarlo y Pixel estaba en una esquina agazapado, lo llamé y acaricié
pero no respondía, llame rápido a Jonathan y, como era de esperarse, entramos
en pánico: no eran ni las 6:00 a. m. cuando tomamos una manta y fuimos rápido a
un hospital de urgencias. Dijeron que estaba muy delicado, que era probable que
no sobreviviera y que lo tendrían en terapia intensiva. Las lágrimas no dejaban
de brotarnos, lo tuvimos que dejar internado y en la tarde llamó mi esposo llorando:
Pixel acababa de morir. Desconsolados, fuimos a buscar su cuerpecito.
Última foto: Pixel tiene sueño
Última foto: Pixel tiene sueño
Cuando
llegamos a casa, mi papá ya había cavado un hueco para enterrar su cuerpecito en la jardinera,
nos dijo que sabía que iba a ser difícil pues, a pesar de tener tan pocos días
con nosotros, estábamos muy encariñados. Lo enterramos. Esa noche el silencio
estaba presente, no había risas, sólo tristeza. Fui a reclamar a Maskota, pedí hablar
con el veterinario, pues el médico que atendió a Pixel comentó que padecía una
infección de aproximadamente dos semanas, me dijeron que necesitaban quedarse
con el cuerpo y que sólo me podía dar otro conejo o artículos: no queríamos otro,
ni artículos; queríamos que por lo menos trataran bien a los animales con los
que lucran…en fin, fue un pésimo sabor de boca, los presionamos en las redes
hasta que nos ofrecieron una disculpa y ofrecían regresar el dinero (aunque eso
no nos consolaría).
Al buscar la manera de denunciar a Maskota, Jonathan
dio con The Bunny Parade, una página donde explican cómo cuidarlos, lo
importante de la adopción y el amor que necesitan. No sabíamos que existía algo
parecido; por desgracia, tuvimos que experimentar este dolor para enterarnos.
Tiempo
después, encontramos a Chistian en The Bunny Parede en Facebook, una chica que daba conejitos
en adopción. John me enseñó fotos, eran muy pequeños y lindos, pero aún me sentía
con reservas para adoptar. Recuerdo que mi mamá me dijo: “Es normal que tengas
miedo, pero el corazón se agranda y ese conejito necesita amor, quizá no se lo
pudiste dar a Pixel, pero puedes dárselo a un nuevo ser”. Me quedé con esas
palabras y decidimos adoptar. Era una pequeña coneja negra, con pecho blanco y
en su patita tenía una especie de botita blanca. Cris nos mandaba fotos pues teníamos
que esperar el destete. Cuando llegó el día en que por fin vino a casa, empezó
a oler todo, a saltar y a brincotear; se llama Tori y desde hace dos años ha
sido nuestra alegría. Los primero días estábamos como papás primerizos, íbamos a cada rato en la noche a revisar que estuviera bien. La llevamos al veterinario y nos dieron todas las indicaciones, qué comer y qué no, lo que nos tranquilizó mucho, además del apoyo de los miembros de The Bunny Parade, que nos dicen qué se puede hacer y qué no. Desde ese día hasta la fecha, ha sido nuestra hija; es la princesa de papá, lo sigue a todos lados, se deja cargar por él, le da besos, y es que él se encarga de limpiar su lugar, está al pendiente de su alimento y la tiene muy consentida. Y aunque es una mascota, y muchos nos consideran locos, comemos juntos: a la hora de la cena, le ponemos su platito de lechugas y verduras. Tori es feliz.
Es
una coneja muy dócil y muy bien portada. Cuando salimos de vacaciones, se queda
en casa de sus abuelitos, que también la quieren mucho, pero se enoja y se pone
muy triste, pega con sus patas, incluso nos deja de “hablar” cuando regresamos.
Es muy noble: cuando murió mi
abuelo, parecía que sentía mi tristeza. Un día mientras lloraba, por primera
vez subió a mi pecho y comenzó a besar mi mejilla y, como nosotros hablamos por
ella, John dijo en voz de Tori: “Tranquila, mami, no me gusta verte triste”,
creo que ésa fue su forma de decirme aquí
estoy.
Hace un tiempo, Tori comenzó a
tener una actitud rara conmigo, extrañamente siempre quería estar en mis
piernas y en dos ocasiones me orinó, cosa que ella nunca había hecho. Ella
conoce muy bien su lugar para orinar. Dos semanas después, supe la razón: estoy
embarazada. Muchas personas nos dijeron que tener a Tori era muy peligroso para
mí y para mi embarazo; que su orina podría contagiarme de toxoplasmosis o, como
muchos la conocemos, “el virus del gato”.
Antes de tener conejitos, habíamos
preguntado a un amigo médico que si eso era cierto, nos explicó que no, que eso
puede pasar al ingerir excremento de un gato infectado y que es más común contagiarse por medio de
alimentos mal desinfectados. Cuando fui con mi ginecóloga, pregunté si podía
convivir con mi coneja, y me explicó que para nada era dañino, que podía convivir
con ella normalmente y sólo por higiene evitar sus heces, y que para evitar
alguna alergia al pelo, bastaba con cepillarla. A pesar de los cuestionamientos
de algunas personas, nunca nos desharíamos de Tori.
John la cepilla por las tardes
mientras ella come, le da un arándano por quedarse quieta, y su ya tradicional
sesión de caricias que le encanta. Le compra maderitas para que muerda, y así
evitar que destruya los muebles y los cables. En el mural que irá en el cuarto
de su hermanito, estará dibujada Tori súper coneja, pues tenemos planeado
enseñarle desde pequeño a amar y respetar a Tori y a todos los animalitos.
Estoy por cumplir 6 meses de
embarazo y, hasta la fecha, Tori no se me separa: me sigue a todos lados, si
voy a la cocina, al baño o si estoy acostada, incluso cuando estamos comiendo
siempre salta a mis piernas. Si estoy acostada, se pone muy cerca de mi panza y
empieza a lamerla. No me da besitos en otra parte, sólo en la barriga. John
dice que es porque quiere estar cerca de su hermanito. Cuando su hermano se
mueve, la hemos puesto en mi vientre para que lo sienta, ¡y parece que abre más
esos ojotes! Se queda tan quieta y sólo vemos cómo mueve sus orejitas como si
escuchara algo más.
No sé si Tori realmente lo hace
porque se da cuenta del embarazo, pero creo que es un ser extraordinario, y que
así como ama tanto a su papá y lo sigue a todas partes, creo que hará lo mismo
con su hermanito. La verdad es que no vemos nuestra vida sin ella.